miércoles, 4 de septiembre de 2013

El artista no tiene vocación de soledad



Hay otro motivo para la soledad. El artista penetra en las comarcas inexploradas, en esa selva virgen del espíritu donde habitan los más terribles engendros del terror y de la angustia. Es la zona de todos los riesgos. Allí nadie lo acompaña. Esta solo con su delirante empeño de penetrar en lo más profundo, en lo más denso, en alcanzar lo mas distante, lo inalcanzable. Así penetra en la comarca del amor hasta su ultimo limite para descubrir su apasionante misterio, allí donde el placer físico y la unción religiosa se encuentran, allí donde se produce la metamorfosis de la carne en espíritu, allí donde el amor aparece como el principio y fundamento de todas las cosas, y la ley única que preside a todos los movimientos posibles.
Esta exploración por territorios nunca transitados es la que rehuye el hombre común. El artista es un exiliado más allá de las fronteras de una vida social. Ya no se trata de ser pisoteado, se trata de algo más grave: nadie lo acompaña.
Pero el artista no tiene vocación de soledad, todo lo contrario: tiene la vocación del amor, y ese amor se vuelca hacia el universo entero, y en primer termino hacia los otros hombres, hacia todos los hombres. No ve en ellos maldad, sino simplemente desamparo. Los ve más terriblemente solitarios que él mismo, en medio de su bullicio y de su simulada alegría, y los ve más solitarios porque ignoran serlo, con lo que su soledad no tiene salida, creando esa angustia y ese malestar que desembocan en la agresividad y en el odio.

Oleo sobre tabla



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