sábado, 16 de marzo de 2013

Nuestra necesidad de consuelo es insaciable.




Estoy desprovisto de fe y no puedo, pues, ser dichoso, ya que un hombre dichoso nunca llegará
a temer que su vida sea un errar sin sentido hacia una muerte cierta. No me ha sido dado en
herencia ni un dios ni un punto firme en la tierra desde el cual poder llamar la atención de dios; ni
he heredado tampoco el furor disimulado del escéptico, ni las astucias del racionalista, ni el
ardiente candor del ateo. Por eso no me atrevo a tirar la piedra ni a quien cree en cosas que yo
dudo, ni a quien idolatra la duda como si ésta no estuviera rodeada de tinieblas. Esta piedra me
alcanzaría a mí mismo ya que de una cosa estoy convencido: la necesidad de consuelo que tiene
el ser humano es insaciable.
Yo mismo persigo el consuelo como el cazador su presa. Por donde quiera que en el bosque lo
vislumbre, disparo. A menudo no alcanzo más que el vacío; pero alguna que otra vez cae a mis pies
una presa. Y como sé que el consuelo no dura más que el soplo del viento en la copa del árbol, me
apresuro a apoderarme de ella.
¿Y qué tengo entonces entre mi brazos? Puesto que estoy solo: una mujer amada o un desdichado
compañero de viaje. Puesto que soy poeta: un arco de palabras que no puedo tensar sin un
sentimiento de dicha y de horror. Puesto que soy prisionero: una súbita mirada hacia la libertad.
Puesto que estoy amenazado por la muerte: un animal vivo aún caliente, un corazón que palpita
sarcásticamente. Puesto que estoy amenazado por el mar: un arrecife de duro granito.
Pero también hay consuelos que me llegan como huéspedes sin haberlos invitado y que llenan
mi aposento de odiosos cuchicheos: Soy tu deseo - ¡ama a todo el mundo! Soy tu talento -¡abusa
de él como abusas de ti mismo! Soy tu sensualidad - ¡solamente viven los sibaritas! Soy tu soledad
-¡menosprecia a los seres humanos! Soy tu deseo de muerte -¡corta!
El equilibrio es un listón estrecho. Veo mi vida amenazada por dos poderes: por un lado, por
las ávidas bocas del exceso; y por otro, por la avara amargura que se nutre de sí misma. Pero
rehuso elegir entre la orgía y la ascesis, aunque sea al precio de una confusión mental. Para mí no
basta con saber que, puesto que no somos libres en nuestros actos, todo es excusable. Lo que
busco no es una excusa a mi vida sino todo lo contrario a una excusa: la reconciliación. Al fin me
doy cuenta que cualquier consuelo que no cuente con mi libertad es engañoso, al no ser más que
la imagen reflejada de mi desespero. En efecto, cuando mi desespero me dice: Desespera, puesto
que cada día no es sino una tregua entre dos noches, el falso consuelo me grita: Espera, pues cada
noche no es más que una tregua entre dos días.




Lápiz sobre papel

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